martes, 12 de abril de 2011

Miss Narco

Me gustó mas esa reseña que la q mande anoche

Narco teñido de rosa: “Miss Narco. Belleza, poder y violencia”, de Javier Valdez Cárdenas
Por Elena Méndez | Reseñas | 19.12.09
Miss Narco. Belleza, poder y violencia.
Javier Valdez Cárdenas
Aguilar (México, 2009)

Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967) es un periodista comprometido con su oficio; corresponsal del diario de circulación nacional La Jornada y fundador del semanario sinaloense Ríodoce.

Un tema central de sus investigaciones es el narcotráfico, asunto que ha dado negra fama a su estado natal y que a él le ha costado amenazas, como la del restaurantero que alegaba haber sido difamado tras difundirse que El Chapo Guzmán había ido a cenar a su negocio, no sin antes liquidar las cuentas de los azorados clientes, a quienes mandó desalojar; o atentados como el perpetrado contra el citado semanario, en el cual, afortunadamente, no hubo muertos ni heridos.

Mas él no se arredra y sigue denunciando las infamias que acarrea este asunto de seguridad nacional a quienes lo padecen; en este caso, se enfoca a las mujeres ligadas al narcotráfico en Miss Narco. Belleza, poder y violencia.

Anteriormente literatos como el español Arturo Pérez-Reverte y el sinaloense Élmer Mendoza han escrito sobre mujeres narcas, como Teresa Mendoza o Samantha Valdés, incluidas en las novelas La reina del sur (2002) y Balas de plata (2008), respectivamente; y desde el ámbito periodístico, un antecedente importante es La reina del Pacífico y otras mujeres del narco, de Víctor Ronquillo (2008), que también se vale de crónicas para abordar este fenómeno social.

El autor divide estas 22 crónicas en 6 apartados, con títulos harto sugerentes: “Seductoras seducidas”, “Sin deberla, pero siempre temiéndola”; “Cosas de familia”, “Heroínas”, “Las reinas” y “Narco belleza”.

Las buchonas protagonizan historias dignas de novela picaresca, sobre todo cuando asumieron esa vida por decisión propia, como “Yoselín”, y la pésima conductora de “Amor, volví a chocar”- haciendo ostentación de su mal gusto –uñas postizas en colores estridentes, decoradas con cristal Swarowski; ropa original, de diseñador, súper entallada; joyería espectacular…

Estas mujeres se caracterizan, la mayoría, por su procedencia humilde y por huir del maltrato familiar y la miseria a cambio del lujo, pero también, de innumerables vejaciones y terrible zozobra, como “Sugey”; en algunos casos, tienen la suficiente lucidez como para no dejarse deslumbrar, como la chica de “Fiesta privada”, de quien se enamora un narcojunior cumpleañero.

La jocosidad de los primeros dos textos, así como de “Narco glamour” -sobre una quinceañera y su festejo caótico- y “Manager” –acerca de una madre que impulsa a su pequeño hijo beisbolista- (que aparecen en el tercer apartado), contrasta con otros verdaderamente trágicos, pero igual de notables, como “Bala perdida”, donde es ejecutada accidentalmente la maestra Jesús Nancy; “Mujeres de Copaco”, donde una joven madre debió recoger el cuerpo desmembrado de su hijo adolescente, rafagueado por la rivalidad que tenía su familia con el JT; o como “Claudia”, periodista casada con un militar que sólo le acarrea la desgracia.

Impactante, sin duda alguna, resulta “Una piedra que llora”, dedicada a doña Aurora Fuentes Vega, matriarca que ha soportado estoicamente la persecución hacia su familia, entre cuyos miembros se hallaba El señor de los cielos.

Dos mujeres llamadas Alma, una policía juarense y una activista social, luchan contra el narcotráfico, ya desde una corporación, ya desde la protesta pacífica.

Como parte del remate magistral del libro, consagrado a las reinas de belleza, destaca “Laura Zúñiga”, quien, de haber sido Nuestra Belleza Sinaloa 2008, pasó a ser víctima de la ignominia al capturársele junto con su novio, un capo del cártel de Juárez.

Entre perico, gallo y chiva, víctimas o victimarias, estas mujeres tiñen el narco de rosa mientras sortean un destino implacable, decidido por la feroz lucha de los grandes capos mexicanos (El Mayo, El Chapo, El Mochomo…), por mantener sus plazas, el gobierno manda catear domicilios familiares –muchas veces, inocentes- y los dólares circulan, lavaditos, porque nadie mata a la gallina de los huevos de oro.

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