lunes, 11 de abril de 2011

Miss Narco

Se ve bueno el libro

Via La Jornada

Miss Narco
Javier Valdez Cárdenas
E
l periodista Javier Valdez, corresponsal de La Jornada en Sinaloa,
rescata en un libro –del silencio, la nota roja y el olvido– las
historias de numerosas mujeres inmersas en el narcotráfico. El autor
de Miss Narco: belleza, poder y violencia (Aguilar) delinea un retrato
crudo y fiel de féminas que soñaron ser reinas de belleza o se
hundieron en el delirio del crimen, entre otras vicisitudes. Con
autorización de la editorial ofrecemos a nuestros lectores un adelanto
de ese volumen

De joven, cuando tenía 18 años, Alma trabajó en la cadena de hoteles
Marriot, en El Paso, Texas, y luego en una agencia de automóviles, en
el área administrativa, en Nuevo México. Ya estaba estudiando para ser
abogada, en Ciudad Juárez, la ciudad que la vio nacer

Ahora es parte de la Policía Ministerial del Estado de Chihuahua y
tiene que realizar indagaciones. Inició en el área de homicidios, pero
al poco, muy poco tiempo, la pasaron al departamento de
investigaciones sobre violencia sexual e intrafamiliar. Ingresó a la
corporación en noviembre de 2008 y fue asignada inmediatamente al área
de homicidios dolosos. Estuvo apenas un par de días y le llegó la
nueva orden: la transferencia a delitos sexuales.

Alma tiene el cabello negro y lacio, y cuerpo de heroína de serie
televisiva, llamativa y voluptuosa. Trae cruzado un fusil AR-15, una
pistola nueve milímetros fajada, radio y teléfono celular. Trabaja de
policía en la que muchos consideran la ciudad más violenta de México.

Nadie diría que es coqueta ni que tiene 26 años y un hijo, que es
viuda porque a su esposo lo mataron a balazos, y que le encantan las
pulseras, anillos y aretes.

Alma Chávez, agente ministerial: lentes Chanel, reloj en la muñeca
derecha, arracadas plateadas, pelo suelto. Una blusa negra, manga
larga, y otra más, del mismo color entallada. Se le frunce en los
linderos de sus piernas ese pantalón gris que no se puso, sino se
untó. Así pasa por las calles de Ciudad Juárez y sus más de mil 650
homicidios de 2008, sus aceras sitiadas por más de 8 mil efectivos del
Ejército Mexicano y unos 2 mil agentes de la Policía Federal, a los
que se agregan los uniformados de las corporaciones municipales y
estatales.

Su placa dorada, con el logotipo de la ministerial y de la
Procuraduría General de Justicia del Estado, cuelga del lado izquierdo
y frontal de su pantalón, tapando la bolsa delantera de la prenda,
llamando la atención. Encandila ella, ese andar de pasarela, esa
coquetería macabra.

Su aparición es una escena dantesca. Dentro del Centro de Readaptación
Social (Cereso) de la ciudad hubo un juicio sumario que muchos
funcionarios públicos vistieron de motín, bronca y pleito. Grupos
rivales se midieron, el saldo fue 20 decapitados y estrangulados.
Todos ellos del Cártel de Juárez, de una organización filial a la que
llaman La Línea. Los triunfantes, los leales al Cártel de Sinaloa,
quienes se autodenominan Los Aztecas, se alzaron, impusieron su ley,
condenaron y ejecutaron.

Alma fue enviada para controlar el penal, someter a los rijosos
homicidas y recuperar el control. Iban cientos de policías, todos
corriendo, en fila. Hombres que nunca sudaban iban hablando por
teléfono celular. Los rotores de helicópteros descomponían el
ambiente, corrompiéndolo, apagando el sonido.

(...)

Alma se mueve en las aceras de Juárez y levanta movimientos ondulantes
con ese andar en el que sus pies y piernas parecen competir por el
mejor paso, el movimiento perfecto, y las miradas parecen concentrarse
en esos andares y los corazones masculinos son cráteres activos,
cerca, muy cerca, de la erupción.

Ella es católica. No grita ni usa malas palabras, dice que no las
necesita. Tampoco es llevada con sus compañeros de trabajo ni con sus
conocidos. Es algo así como una mujer joven bien portada. Pero eso no
le quita la coquetería. La cámara de un noticiero que tiene página de
Internet y una sección de videorreportajes la está grabando. Hace
recorridos con ella, la entrevista el reportero Diego Enrique Osorno,
del diario Milenio, y la cámara la sigue de cerca, se le pega a esa
silueta, como una lapa, y la graba desde el asiento trasero, para
captarla mejor, a través del espejo retrovisor.

El reportero logra una toma interesante. Ella sigue detrás de esos
lentes Chanel grandes, que le cubren media cara, que la siembran y
acrecientan la magia y el enigma de esa mirada escondida.

Tuvo esposo. Se casaron después de haber andado de novios,
enamoradísimos. Al poco tiempo ella se embarazó y tuvieron un niño que
ahora suma los nueve años; él, su esposo, murió: era abogado y en el
2006 fue sorprendido por sicarios y luego apareció sin vida. Alma no
quiere hablar de ello, trastabilla cuando se le pregunta. Voltea para
todos lados. Se inquieta. Es evidente que no quiere abrir la caja de
esa tercera memoria. Ahí hay tristeza y duelo. Se asoman apenas unas
lágrimas. Y luego, rápidamente, cuando ella se da cuenta, se esconde
de nuevo en los intersticios de esos fanales castaños. Las lágrimas
están vetadas. Vuelta a la hoja. Acomoda su escuadra en la cintura.
Hay que luchar.

Alma va cantando. Voltea a la lente de la cámara a través del
retrovisor. Se siente esa mirada. Tiene peso y presencia. Se siente la
estrella y le gusta. Su forma de cruzar las llamas, de torear los
proyectiles, decapitados, narcomensajes y cruentos enfrentamientos en
calles y cárceles, la convierten en heroína de esta ciudad mortal.


Va cantando una del grupo Conjunto Primavera. Esa me gusta, dice para
sí. Se acomoda el pelo. Espejea de nuevo. Al otro lado va un convoy de
militares. Allá van los soldados, afirma y apunta con la cabeza,
mientras en el otro carril, en sentido contrario, pasa otro convoy del
ejército. Alma sigue cantando en voz baja. Esa rola me gusta.

Su padre le dijo que era coqueta. Vas a ser actriz, le anunció. Así lo
cuenta ella. Y le contesta que no. Pero le halagan sus comentarios.

El reportero le pregunta si vio la película Traspatio, que se refiere
a las muertas de Ciudad Juárez. Le comenta que ella se parece a Ana de
la Reguera. No, no sé, no la he visto.

A la pregunta de cómo es que decidió ser policía y entrar a la
corporación, en una ciudad violenta, que se desangra con su promedio
de seis, siete muertos diarios, responde:

Me llamó la atención cuando empecé a ver la situación en Juárez, que
tenía que hacerse un cambio, agruparnos para entrar a las
corporaciones gente con deseos de trabajar. De que siga creciendo
nuestra frontera aquí en Ciudad Juárez.

Alma habla como si se refiriera a otra ciudad, como si hubiera
esperanzas, Y es que las tiene. Sostiene su vida y la de su hijo
pensando en que todo va a cambiar, que esto puede mejorar. Parece
olvidar las cabezas de puercos dejadas sobre los cadáveres de los
asesinados, las mantas con mensajes amenazantes, los negocios que
funcionan furtivamente, a la sorda, o que han cerrado o emigrado,
porque los narcos los traen fritos con las cuotas a cambio de
ofrecerles seguridad. Ella así lo quiere. Lucha desde sus pantalones
entallados, su fusil AR-15 y esa escuadra fajada, que no deja de
acomodarse.

Ahora es parte de la policía y ama su trabajo. Hay que levantarse a
las cinco para bañarse. Luego sale del baño y entra el menor. En los
pasos del ritual matutino está desayunar juntos y luego la escuela y
el trabajo.

Disfruta sus días, su función como agente. Le apasiona, le fascina, la
siente recorrer sus venas y exprimir su músculo pectoral. Llega a su
oficina y se enfrenta a ese escritorio, los estantes y cajones de
archiveros copados de expedientes, de pruebas periciales,
investigaciones inconclusas. Hay telarañas y polvo. Alimento para la
impunidad. Oxígeno para el olvido. Pero ella cree que puede resolverlo
todo. Está segura de ello. Y si no, ahí está ese caso del violador
recientemente detenido por Alma y ese grupo especial del que forma
parte, en el combate a delitos sexuales y violencia intrafamiliar. El
detenido vivía en El Paso, Texas, y pasaba la frontera hacia Ciudad
Juárez para violar a jóvenes mexicanas. En su lista, de acuerdo con el
expediente armado con indagatorias en serio, hay 19 mujeres que han
sido sus víctimas. Luego de cometer sus crímenes, regresaba campante a
su ciudad, del lado estadunidense. Impune y seguro. Ahora está
detenido.

En uno de sus primeros operativos fuertes se le vio partiendo plaza en
las áreas de acceso al penal de Juárez. Adentro olía a carne seca,
sangre empantanada y muerte: 21 reos fueron ultimados con armas
punzocortantes por las pugnas entre los cárteles del Chapo Guzmán y el
Viceroy. Esta vez, los muertos los pondría Vicente Carrillo y el
Cártel de Juárez.

Alma caminaba envuelta en una estela de ángel exterminador, imponente
y alada. Los policías le abrieron paso. Periodistas y mirones
admiraron su andar y ese brincoteo espectacular de sus pechos,
envueltos en esa blusa negra entallada. Un fotógrafo de la agencia AP
la captó. Surgió una imagen bella y violenta, sin cadáveres perforados
ni balas ni amenazas.

A los pocos días Alma recibe un arreglo floral. Le decían guapa,
bella, hermosa. La colmaban de piropos. El regalo es atribuido a un
narco. Es una amenaza macabra, especulan. Otros dicen que es un
cumplido, un halago, un simple regalo.

Después le llegaron varios agentes de la Policía Federal Preventiva.
Espantada, sorprendida, preguntó de qué se trataba. Viene el jefe, le
dijeron, un alto mando de las fuerzas de la PFP en esa plaza. Quería
fotografiarse con ella, que le firmara la portada de la revista
Proceso, en la que aparece como un ente sublime, una deidad. Ella
accede feliz. Se siente famosa.

No quiere ser artista, aunque se lo diga su papá. Pero es como si lo
fuera. Ya es una heroína. Su cuerpo, su imagen y fama, flotan en la
ciudad. Tiene admiradores. Va por las calles y hablan de ella. La
señalan. Se le abren los caminos. Se le despejan las aceras. Su andar
provoca estallidos, aplausos, alabanzas. Alma quiere ser alcaldesa,
diputada y hasta presidenta de la República. No tiene novio, no
quiere. Pero sí admiradores. Y son muchos.

¿Pero son narcos, se le pregunta. Ahí sí que yo sepa no, realmente no.

Pero más bien no lo sabe. No quiere saber.

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